miércoles, 20 de junio de 2012

Intolerancia

Algo que siempre me hizo sentir bastante orgulloso de mí es el hecho de aceptar, con cierta calma y parsimonia, las opiniones disidentes.
Me considero un tipo que no te va a rajar una puteada a la primera cosa adversa a mi pensamiento que me largues. Ni a la segunda, ni a la tercera, ni a la cuarta.
No me considero una persona poco abierta a las opiniones contrarias. Nunca lo fui (o por lo menos, no recuerdo haberlo sido), y creo que dar un espacio para que otros u otras opinen diferente es algo no sólo democrático, sino enriquecedor. Para mí y para quien quiera lea lo que escribo -y a la vez leo- en cualquier lado.
Es por eso que siempre en mis espacios, y por más pequeños que fueran, permití que todos los que quieran brinden su punto de vista al respecto de lo que sea estuviese discutiendo. Aún si ese punto de vista apareciera expresado de manera agresiva, hasta insultante, para mi visión de las cosas. Lo permitía porque creía que todos y todas tenían derecho a expresarse como más les plazca.

Qué lindo, ¿no?
Qué democrático, ¿no?
Todos libres de decir lo que querramos, todos libres de plasmar nuestras ideas en palabras, todos libres de disentir, o acordar, o decir lo que queremos.
Hermoso, sisi.

¿Pero qué pasa?

Algo muy simple.
Pasa que, a veces, lo que uno recibe no es precisamente lo mejor del frasco de caramelos. Y cuando uno lo recibe una vez, está bien. Cuando lo recibe dos veces, está bien también. Cuando lo recibe tres veces, ya empieza a pensar. Y cuando lo recibe por vez número 219834, ya está más o menos con cara de "me estás jodiendo...?", porque no puede creer que todos los imbéciles le toquen a uno, todos pero todos. Más allá de los amigos y de los no amigos que aportan algo que vale la pena, sea a favor o en contra.
Y pasa el tiempo, y uno, en el nombre de la libre expresión, sigue permitiendo que cualquier idiota atrevido diga cualquier cosa, que para el caso sería lo mismo que decir "dadadadagagagagugugagaguga", porque su comentario es tan imbécil que sería lo mismo si no lo escribiera; de hecho, sería mejor si no lo escribiera.
Y uno se va cansando, y los "dagagagagaga" se van acrecentando, o por lo menos uno los ve así, como que son más, y más, y cada vez más, y la paciencia disminuye, y dadagugagaga por todos lados, y uno los lee y dadagugagaguga y la puta que los parió, y dadagugagaga otra vez y...!!!


Y ahí, en el comentario casi idéntico dadaguguense número un millón que uno escucha o lee, se hace el crack.



Tanta forrada pasada permitida es la que hace que uno se convierta en un pseudo intolerante en el presente.
Hace que uno ya no permita más determinados comentarios, que uno no acepte determinadas "ideas".
Porque
Primero: ya me cansé de bancar y bancar, y bancar otra vez las forradas ajenas.
Segundo: decidí no darle más lugar a la apología del delito, la cual se encierra en aquellos comentarios que vivan a Videla y cía.
Tercero: no tengo ganas de aguantarme que, tan luego un gil a cuerda, se crea con la altura suficiente como para decirme lo inteligente o poco inteligente que soy.
Cuarto: los comentarios dadagagagua hicieron que sea más selectivo en lo que permito (o no).
Quinto: la intolerancia y la censura son una cosa. Elegir que no me puteen, bardeen, insulten u ofendan es otra, y muy distinta.

A partir de ahora, voy a moderar todo comentario que me llegue en cualquier lado.
¿Censura?
No.
Más bien, rompedero importantísimo de bolas... el que me hicieron muchos para que llegue a esto.
No es sano para nadie permitir que diez pelotudos comenten dadadadgugugugga en cualquier lado, y que se los tome como normales.
Y si no les gusta, pues tengo una solución ideal para ustedes:

TÓMENSELAS


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